martes, 16 de enero de 2018

Guillotinas de chirigota

El año se ha despedido después de las “entrañables” fiestas, la felicitación real, los sorteos de lotería y los atracones de comida acompañados de los chistes del cuñado, los consejos del suegro y los lloros de los sobrinos gritones.
El año que entra lo hace en clave festiva, uvas, cava, besos y buenos deseos. Se espera de la nueva temporada que traiga mejores condiciones que las que proporcionó su predecesor.
La miopía popular y sus supersticiones hacen el resto. Para alimentar estas últimas nunca faltan trovadores camuflados de periodistas que cantan las virtudes de los mandamases.
Entre los pudientes destaca una familia que ha padecido durante los últimos años pesadillas inimaginables en sus regios sueños.
Los Borbones han tenido que reciclarse a toda prisa. Corrían el riesgo cierto de que  desapareciera de súbito la  estulticia endémica de sus súbditos. Entonces el país que antaño gritó con orgullo “vivan las caenas”  podría despertar de su letargo para pedir cuentas a la corporación monárquica. Es decir, hacer lo mismo que hicieron nuestros vecinos al otro lado de los Pirineos allá por 1789.
 Aunque parece que por ahora pueden respirar tranquilos los amantes del régimen instaurado por el general Franco.
Para adoctrinar a la plebe las televisiones públicas estatales obsequian a la paciente audiencia  con un infame panegírico publicitario de la realeza,  un panfleto ensalzador de sus encomiables logros.
Detrás de las alabanzas al “Emérito” por su 80 cumpleaños, se esconde la necesidad de ocultar los infortunios acaecidos durante la última fase de su reinado.
El comienzo del periodo juancarlista ya resultó anacrónico, nombrado por el dictador como sucesor a título de rey nunca se sometió a un verdadero plebiscito sobre la forma de Jefatura del Estado.
La Constitución se acomodó a la ley de sucesión franquista que le otorgaba la Jefatura al Borbón. Dicen que se hizo para no molestar a otros poderes que pudieran estropear la “Modélica Transacción”. Eso sí, el rey se reservó el Mando Supremo de las Fuerzas Armadas y seamos realistas, eso es mucho mandar.
Como lo que mal empieza mal acaba, su periodo terminó entre escándalos de caza de elefantes, de princesas Corinas, de yernos condenados por delitos varios, de hija procesada y curiosamente exculpada por su condición de mujer florero, finalmente abdicó en alguien muy “Preparado” para preservar a la institución.
Antes  se protegió el monarca saliente manteniendo el mismo estatus de inviolabilidad, inimputabilidad y falta de responsabilidad que disfrutaba en activo.  No fuera a ser que cualquier fisgón desaprensivo – deseoso por conocer la procedencia de su extraordinaria fortuna - decidiera investigar la relación de la augusta persona  emérita con amigos extraños y al tiempo llegara a conocer su estrecha relación con dictadores portadores de   turbantes.
El advenimiento del segundo Borbón - tras la reposición monárquica post franquista - estuvo plagada de episodios con nubarrones. Decidió casar con una periodista y de esta forma tener un matrimonio morganático. Esa es la calificación que las casas reales otorgan a la unión  realizada entre desiguales.
De hecho Juan Carlos debe a la regla de no casar con la plebe, que Juan de Borbón (su padre) fuera reconocido legítimo heredero al trono y que el dictador Franco respetara (con su peculiar manera) la legitimidad sucesoria para inclinar su elección a favor de “Juanito” y nombrarle heredero de su despreciable régimen fascista.
No olvidar que el primer heredero de Alfonso XIII, su hijo Alfonso - Príncipe de Asturias - había renunciado a sus derechos dinásticos para casar con una plebeya. Felipe no se planteó esta cuestión ni otras muchas. Si hubiera sido coherente con la institución y hubiera renunciado (igual que su tío-abuelo) a la corona por amor, la reina hubiera sido Elena y el próximo monarca se llamaría Felipe Juan Froilán de Marichalar y  Borbón.
El Preparado rozó la oportunidad de darle un aire de moderna legitimidad a un reinado nacido de la sucesión por un nombramiento dictatorial pero no pudo, no quiso o no se atrevió.
Pudo someterse a la voluntad de los ciudadanos y buscar desautorizar las voces que proclamaban y  pregonan la falsedad de su ascensión a la Jefatura Estatal pero no lo hizo. En su lugar, el día de su coronación, la delegada del Gobierno en Madrid - Cristina Cifuentes - articuló un despliegue policial en el recorrido de la comitiva real  que bien podría haber sido la envidia de los estados absolutistas del siglo XIX.
Pasado el tiempo Cifuentes se disculpó un poco por los excesos cometidos, pero los detenidos y represaliados ya habían sufrido su exceso de celo monárquico.
Para Felipe VI todo resultó normal, al fin y al cabo no es asunto de reyes dar la sensación de respetar los derechos de quienes les mantienen. Para semejantes menesteres están los medios informativos leales y afines. Ellos son quienes  tienen la obligación de vender esa fantasía.
En los demás casos los jueces y fiscales procurarán poner adecuado remedio a los excesos de los díscolos. En estos supuestos resultan muy eficaces las multas y penas de privación de libertad.
No hace mucho, a un contribuyente al sostenimiento de la familia real, le ha sido impuesta una multa de 7200 euros por silbar al himno “chuntaaa – chuntaaa…” durante un partido de futbol  presidido por su augusta majestad. Los delicados oídos reales pueden sufrir ante la música de viento provocada por los revoltosos.
En Cádiz se ha presentado una chirigota que hace partícipe al público con una inocente interrogación. Son los asistentes quienes deciden si se condena a la guillotina  a Puigdemont. Los junta-letras oficiales encuadran el espectáculo  dentro de la libertad de expresión.

¿Alguien es capaz de imaginar la condena que recibirían los miembros de la chirigota si la protagonista de la pregunta fuera una regia figura? y ¿la consiguiente reacción de la prensa apesebrada? Da dolor sólo imaginarlo.

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