jueves, 8 de diciembre de 2016

Hablemos de la mujer

Las conocidas declaraciones de David Pérez, alcalde de Alcorcón, han provocado un torrente de reacciones de repulsa hacia una postura anacrónica y fuera de lugar en la aspiración legítima de armonizar los derechos de TODOS los seres humanos con independencia de cualquier condición que les acompañe.
Atribuir a día de hoy un papel preconcebido a una parte de la humanidad es, además de un tópico inaceptable, una muestra de arrogancia de clase que se auto otorga un predominio en función de unas características anatómicas que le han venido instaladas de serie.
Ser blanco o negro, mujer u hombre, alto o bajo, rubio o moreno es una condición en la que no tiene intervención la voluntad ni las cualidades del individuo. Sus virtudes o defectos se encuentran al margen del grupo al que ha sido asignado en origen. Por eso resulta llamativo que un responsable político dogmatice sobre el comportamiento femenino atacando a las corrientes que buscan el reconocimiento de derechos que deberían estar fuera de toda duda.
Teniendo en cuenta que los derechos no se otorgan, resulta paradójico que todavía estemos instalados en la diatriba de tener que explicar algo tan evidente como que los derechos son una condición innata del individuo al margen de que estén más o menos protegidos.
Una cosa es tener los derechos reconocidos y otra muy diferente es que, sin haber sido legislados, no existan. Se confunde con extrema facilidad la reglamentación acerca de su protección  con la concesión de los mismos.
Repito: Los derechos no se conceden, existen. Lo verdaderamente necesario es garantizar y preservar el acceso a su adecuado ejercicio.
Las corrientes que defienden el reconocimiento de igualdad de la mujer (movimientos feministas) tienen aún muchísimo trabajo que hacer. A diario encontramos comportamientos de hombres y bastantes mujeres que confirman este hecho. Por desgracia el alcalde de Alcorcón no es una excepción. Sin grandes esfuerzos encontramos en la hemeroteca muestras suficientes que corroboran tal afirmación:
Obispos y clérigos que pretenden asignar a la mujer un papel secundario en la vida, les otorgan la condición de probetas de fecundación y posterior cuidado del producto. Las condenan a un papel marginal en el devenir social.
Eso sí, para que se sometan a las estulticias, los clérigos ensalzan la labor domestica femenina. “Cásate y se sumisa” es el lema que emplean como titular de cabecera. A los prelados la sumisión no les parece suficiente y por ello son capaces de justificar el maltrato a las mujeres para acabar culpando a las víctimas por no someterse a la voluntad del cabestro que les ha caído en suerte.
Jueces y fiscales pasean sus patologías por los tribunales sometiendo a las mujeres maltratadas a interrogatorios en los que - con más frecuencia de lo admisible - las culpan de las atrocidades que ellas denuncian ¿Cerraste las piernas con fuerza? ¿Te resististe a la penetración? ¿Dijo usted ¡NO!? ¿Cuántas veces? En ocasiones van más allá y aseveran, con rictus condenatorio, que con esos pantalones tan apretados, esa falda tan corta o esa sonrisa tan pícara, las mujeres están pidiendo ser usadas sexualmente.  Esta forma de pensamiento les lleva a dictaminar desde su posición justiciera:
 ¡Que no se quejen o que se conduzcan con mayor recato!
Si reparamos en la conducta de los políticos vemos que pretenden e incluso consiguen decretar cuándo deben ser madres y cómo deben ser las condiciones de su maternidad. Se confieren la posesión del cuerpo femenino y así deciden si deben o no parir. Ocasionalmente dan un pasito adelante para legislar en pro de la igualdad.
Con prontitud, salen a la palestra las asociaciones integristas para contrarrestar el avance. En el mejor de los casos, pretenden devolver a la mujer a la Edad Media. La otra alternativa es la cocina rodeada de churumbeles.
El resto de los actores sociales, económicos, culturales, empresariales… se tapan la nariz, ojos y  oídos para no oler, ver ni oír el estado en el que se encuentra el 50% de la población. Aunque  quizás se den cuenta de la situación y se encuentren tan a gusto.
Con este panorama aparece un individuo hablando en un foro católico llamando frustradas, amargadas, resentidas, rabiosas y varias lindezas más a las mujeres que se rebelan contra tamaña injusticia. Tras las críticas que recibió al hacerse público, el ínclito se recompone, carraspea, balbucea una disculpa y alega que se han malinterpretado sus palabras.

Para buena interpretación la que hace la Fiscalía Provincial de Orense que no ve indicios de delito en el aparente ofrecimiento de un puesto de trabajo. Supuestamente a cambio de mantener relaciones sexuales. Seguramente el fiscal orensano estará en consonancia con el alcalde Pérez y gritará aquello de… “Al cacique de Orense  ni tocarlo que las mujeres son unas denunciantes rabiosas”. 

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