sábado, 5 de diciembre de 2015

Lo que encierran las palabras

La barbarie es barbarie se denomine como se denomine no importa el nombre que le pongamos, ni los fines que las acciones persigan, serán actos deleznables por mucho que los enmascaren tras un barniz de hermosos apelativos disimuladores de sus atroces consecuencias.
La violencia existe en la naturaleza, es consustancial con la vida ¿Acaso no es violencia la muerte del herbívoro presa del depredador? La necesidad de pervivencia de uno lleva aparejado el extermino del otro. El reino animal tiene asumido que las cosas son así, en cambio los humanos buscamos cientos de explicaciones a estos tipos de comportamientos y el que mejor encaja en nuestro pensamiento es la regulación de la vida, el orden natural de las cosas, el equilibrio de la existencia.
Con ese tipo de razonamiento damos por sentado que, a través de actos violentos, la concordia se mantiene. Justificamos la existencia de los cazadores como elementos reguladores del control poblacional de los cazados.
El género humano, como depredador especializado, emplea métodos violentos para imponer su voluntad al contrincante, ese y no otro es el germen de la guerra: Un bando acude al ejercicio de la fuerza cuando sus aspiraciones de posesión no son atendidas por el bando contrario. Se trata de poseer, lo que sea, ya sean tierras, agua, minas, oro, petróleo, personas, lo que sea que se necesite o se desee.
La diferencia fundamental entre el depredador animal y el humano es que aquel cubrirá su necesidad de supervivencia y descansará en su empeño violento una vez satisfecha. El humano no, el hombre se dejará arrastrar por la codicia y querrá acumular bienes sin otro objetivo que el de la posesión por la posesión, exigirá más poder, más tierras, más dinero, más esclavos, sus ansias no tendrán limite y no reparará en utilizar todos los métodos que tiene a su alcance; el recurso definitivo será la violencia.
Si nos desposeemos de los avances científicos y tecnológicos, nuestro comportamiento no difiere mucho del que tenían nuestros antepasados  en la edad de las cavernas. A su favor jugaba el profundo desconocimiento y la ausencia de pensamiento filosófico en búsqueda de la verdad, cuando la filosofía apareció en escena comenzaron a articularse las relaciones entre las personas. Desafortunadamente la filosofía fue sustituida por las religiones y una vez hallado un destino superior se acabó la búsqueda. Para todo lo que carecía de explicación lógica el inmenso poder de los dioses puso la respuesta. Se abrió un gran baúl de basura en el que cabía de todo, desde una vida después de la muerte hasta un premio a los desfavorecidos si admitían dócilmente su condición de seres perjudicados en su existencia.
Si tus hijos se morían de hambre no era porque el señor conde acaparara trigo, era porque los caminos del “Señor” son inescrutables.  
Paso a paso, poco a poco el poder encontró un aliado inestimable, a la opresión en el más acá le unieron el castigo en el más allá. Cerraron el círculo para dar una vuelta de tuerca a su dominio ¿Cómo te atreves a cuestionar la vida de tu rey? Arderás en el infierno por insolente.
Naturalmente siempre que nace un negocio hay imitadores y tras un dios apareció otro y otro y…,en esas estamos. Enfrentamientos de poder bajo la bandera de los dioses. Lerdos del calibre de José María Aznar pregonan el predomino de la civilización cristiana soslayando a Aristóteles, Sócrates o Platón. Para personajes como el mencionado la dosis de derechos humanos que disfrutamos no es producto de infinidad de luchas sociales contra sus creencias, es fruto de la concepción cristiana de la vida. O sea, según este tipo de personajes  de las hogueras quema herejes surgió el voto universal o la jornada de 40 horas o la emancipación de las mujeres o la igualdad de sexos o la equiparación de razas.
Ahora surge el “terrorismo” islamista. ¿Y si no es terrorismo? Parece que ninguna de las nuevas estrellas de los debates  - los expertos en terrorismo internacional – contempla la posibilidad que los sangrantes acontecimientos que azotan Occidente sean producto de un reparto de violencia. Le llaman terrorismo para identificarlo con acciones de grupos de asesinos que perturban nuestra serena paz social. Un vistazo a la historia nos enseña que los que para la corona española fueron en su día rebeldes, tales como Bolívar o San Martin, hoy son libertadores del pueblo, los guerrilleros españoles contra la invasión francesa  son vistos como patriotas, revolucionarios como Marat o Robespierrre hoy son adalides de la libertad. Siempre que triunfe  la revolución es una fórmula de ejercicio de la violencia que termina legitimándose, uno de los últimos ejemplos es Cuba, 50 años después el imperio americano ha dado su beneplácito para que Obama se relacione con los Castro.
Nadie nos asegura que los terroristas de ahora no sean los héroes de mañana. Quizás el término terrorista acabe con la misma aceptación que han obtenido el de “guerrillero” o el de “revolucionario”,  tal vez deberíamos pensar que son nuevas formas de responder a las imposiciones de los poderosos repartiendo el dolor que los caciques mundiales provocan. Tal vez y solo tal vez, deberíamos pensar que más de un  millón y medio de muertos en la zona de conflicto, Irak, Afganistán, Pakistán, Líbano, Palestina, Siria…   están teniendo como respuesta unos centenares de víctimas en nuestro entorno.

La religión solo es el banderín identificativo, la enseña de reclutamiento, si el enemigo fuera la creencia religiosa, esta sería derrotada con escuelas en las que se enseñara civismo humanista.  El enemigo son los obscenos intereses de vergonzantes multinacionales que se enriquecen mediante la sangre y el dolor con ayuda de los sátrapas de la zona y la indiferencia de la placida sociedad occidental. Los vocablos para definir comportamientos no son inocentes. 

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