miércoles, 4 de noviembre de 2015

Laicos y prosaicos

Cuando era un crío, hace mucho tiempo de eso, recuerdo las mañanas de los domingos a mi madre diciéndome “apúrate que vas a llegar tarde a misa”. La voz de mi padre resonaba en el pasillo desde el minúsculo cuarto de baño donde se estaba afeitando ¡Ya estamos otra vez con la “jodia” misa, deja en paz al crío coño!
Si en ese momento me hubieran hecho la consabida pregunta de… ¿A quién quieres mas a papá o a mamá? No hubiera tenido ninguna duda. Mi padre encarnaba el espíritu del héroe de mis comics que luchaba por la libertad y la justicia. Un contrasentido porque el héroe era el Capitán Trueno, un neofascista cristiano con túnica guerrera y cruz en el pecho, pero en fin, luchaba contra el mal y defendía a los buenos y gritaba “Sus y a ellos” que debía ser algo así como Dios lo manda.
Ni que decir tiene que era la media hora más aburrida de la mañana del Domingo, ver a un señor vestido con faldas diciendo cosas sacadas de un libro que habían escrito cuatro  acerca de un tipo, también vestido  con túnica,  en este caso no era nada extraño, por aquellas latitudes parece ser que es la costumbre ir con faldas para defenderse del calor. Lo extraño son las representaciones que nos han llegado del personaje: cuando era bebé lo vemos gordito y sonrosadote, raro para un nene de hace 2000 años en Oriente Medio y miembro de una familia pobre como las ratas. Los pobres palestinos de ahora no tienen tan buen aspecto, ¡Caramba, eso si qué es un milagro!
Empero de mis esfuerzos cualquier cosa me distraía, a pesar de los bríos del monologista por atraer la atención de la audiencia en mi caso resultaba causa perdida. La primera parte de la función era de acomodo de la mente a la situación,  el momento culminante llegaba con la homilía, tenía que captar las primeras palabras del cura; la propina dependía del resultado del interrogatorio al que posteriormente me sometería mi madre. Con un par de frases me bastaba, mi madre tampoco entendía mucho de las Sagradas Escrituras y seguramente perdería el hilo igual que yo.
A la salida – una vez santificados – nos esperaba mi padre fumando un “Ideales” que era un tabaco de liar fuerte como el pedernal y nos íbamos a tomar el aperitivo, ¡como saben los curas que esto es bueno que hasta en misa beben vino!, decía mientras se echaba al coleto  un buen “chato” de tinto.
En esa pugna se desvaneció mi infancia y se posicionó mi adolescencia. Obviamente ganó mi padre. Fue avanzando mi desarrollo personal con vaivenes, con dudas, con incertidumbres, desprenderse de la costra de la infalibilidad eclesiástica no es fácil, pero ante la rancia postura de la “verdad única”, afortunadamente  ganó la posición de la verdad cuestionada.
Sí me hacía falta alguna prueba más del pensamiento y actitud paterna lo tuve en los últimos días de su vida; en los últimos instantes, tras una penosa enfermedad, me regalo la que probablemente fue la única acción relevante de su modesta vida. Cumpliendo con la norma entró el capellán del hospital  en su habitación, dicharachero y simpático el curilla trató de entablar conversación con mi padre. Su respuesta fue contundente y de gran valor en instantes previos a su adiós: “pater no se moleste llevo toda mi vida peleándome con su dios y no me voy a rendir ahora. Por favor váyase con sus cruces a por otra víctima”. En ese momento me di cuenta de algo que ya sabía; mi padre no era muy culto,  pero descubrí que su desplante era muy consecuente.
Hoy, probablemente, mi padre apoyaría una iniciativa como la de la asociación MHUEL y estaría orgulloso de la comparecencia de Alícia y Jorge en las Cortes de Aragón para reclamar lo que a todos pertenece. Loable el intento de recuperar los bienes hurtados al “populacho”. Hurto amparado en una ley dictada por un meapilas itinerante que fluctúa entre el nazismo franquista y el franquismo nazi. José María,  el heredero de la saga Aznar con mayor cota de poder (su padre y abuelo ya fueron prohombres adeptos al régimen aunque no de tanto relieve), recompuso una ley de Franco por la cual los Obispos podían atribuir a su sociedad religiosa la propiedad de los bienes inmuebles comunitarios. Una forma de pagar su parcela de paraíso, si es qué todavía creen en eso. En realidad es la fórmula que han encontrado para   apropiarse de los bienes que nos pertenecen a todos alegando una utilización interesada de unos pocos: Los curas. Los verdaderos cristianos no necesitarían la propiedad de una catedral para rezar, sería suficiente un descampado iluminado por su fe, o… ¿Quizás falte la fe y necesiten la pasta para comprar vocaciones?
Detractores agresivos combaten la iniciativa de MHUEL alegando que es un ataque a la libertad religiosa. Uno de los argumentos utilizado con más frecuencia es el consabido ¿A quién molesta? o ¿Qué daño hace?  Como diría mi padre, señora hace daño al niño que no tiene ninguna necesidad de soportar los miedos de sus abuelas, hace daño al hombre obligado a arrodillarse ante el Obispo y en suma hace daño a la sociedad que levanta monumentos para disfrute de los poderosos, para  gloria de los elegidos y  para tormento de los humildes
Con una mirada limpia y socarrona se arrancaría cantando

“Sí los curas comieran piedras de río…, No estarían tan gordos los tíos jodíos,..” 

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