sábado, 14 de noviembre de 2015

Arde París

Siguiendo el guión van apareciendo los responsables políticos para valorar los asesinatos que han tenido lugar en París. Cortados por un patrón común declaran con firme convicción en defensa de los valores colectivos e individuales que han otorgado un nivel de desarrollo y prosperidad a las sociedades modernas occidentales amenazadas.
Los corresponsales aportan datos de la masacre, cifras sin alma, simples números, el relato de acontecimientos se encuadra en los parámetros típicos de este tipo de información. A partir de las estadísticas comienzan los balances, las opiniones de expertos, los análisis.
Todo previsible, ninguno de los comunicadores  se aparta ni un ápice del papel que tiene asignado. Compromiso, firmeza, respuesta contundente, una tras otra van desgranando la letanía de obviedades que la población espera de ellos ¡Defenderemos nuestra forma de vida contra la intransigencia!
Personas a las que suponemos un pensamiento crítico y un alto nivel de opinión se retuercen en sus butacas mientras intentan imaginar respuestas airosas que suplan su desconcierto ¿Es la guerra?
La contestación es tan evidente que produce sonrojo tenerla que escribir, ¡Si, es la guerra!
Pero no ha comenzado el día 13 de Noviembre de 2015, tampoco ha sido declarada ahora. Lleva años de desarrollo, años de preparación, años larvada esperando el momento oportuno para explotar. Tenemos indicios más que suficientes para poder detectar que la violencia podría desatarse en cualquier momento.  
Las potencias mundiales han tratado la zona en conflicto como el patio trasero de su finca, han repartido territorios sin tener en cuenta etnias, religiones, creencias o afinidades. Han levantado fronteras creando países a su libre antojo, a su capricho, atendiendo únicamente mejorar el rendimiento económico  para satisfacer sus  intereses. Así fueron poniendo y quitando dictadorzuelos, emires,  reyecitos. Manejaron la política local como un juego de stratego, montaron guerras, bombardearon ciudades, destrozaron países ya de por sí difíciles de manejar.
 Las respuestas son de sobra conocidas. A un infausto 11 de septiembre en USA le siguió un doloroso 11 de Marzo en Madrid, a continuación un  7 de julio en Londres, 7 de enero en Paris (Charlie Hedbo), Airbus ruso el 2 de Noviembre,…¡Si, es una guerra! Con sus muertos, sus operaciones, sus estrategias de propaganda, sus desmentidos, sus prisioneros, pero sobre todo tiene sus víctimas y por supuesto también tiene ganadores.
Los vencedores alegarán motivos justos para comenzar la contienda, aunque esta sea iniciada por un agresor con oscuros e indecentes propósitos  (por ejemplo la última guerra de Irak tal como ya ha reconocido Tony Blair).
Cuando la perversidad de esos intereses ocultos sea conocida ya será demasiado tarde, el mal estará hecho y recomponer las piezas rotas será una tarea titánica que dejaremos para generaciones venideras. Nosotros tendremos que taparnos las narices para no sentir el olor a putrefacto con el que hemos perfumado al planeta.
A la par que lloramos la tragedia cercana disculpamos los errores de cálculo de nuestros aliados cuando provocan – voluntaria o involuntariamente – los denominados daños colaterales en forma de bombas arrojadas sobre escuelas y hospitales. Nos parecen inadmisibles las pérdidas causadas por unos fanáticos religiosos; mientras olvidamos con rapidez  tanto dolor gratuito proporcionado por los ejércitos de los “desarrollados”. Mientras tanto nuestros ceremoniosos Gobernantes, Presidentes, Primeros Ministros, Reyes  y demás alcurnia se sientan a mesas bien surtidas para cenar con los responsables de suministrar cobertura financiera  a los grupos propagadores del terror. 
En los brindis, al levantar la copa el Rey de Arabia Saudí  o el Emir de Qatar, o cualquier Regente “Demócrata” de la zona,  pronunciará bellas palabras de amor y amistad después de abastecer a DHAES (ISIS o Estado Islámico) los recursos financieros necesarios para comprar armas, entrenamiento y voluntades.
Los Gerifaltes de los países golpeados por la barbarie contestaran con intenciones igual de hermosas mientras bombardean campos de refugiados con una mano y con la otra venden armas a los rebeldes, entrenan a las milicias para derribar el poder que les estorba y venden su voluntad a los mercaderes de vidas que son quienes  pagan sus nominas.
Nada nuevo por otra parte, el negocio de la guerra es productivo siempre y cuando haya una guerra en curso o en ciernes. La justificación es fácil de encontrar, una agresión previa, se inocula el miedo en la población y a partir de ahí el clamor popular exigirá un escarmiento y reparación del daño.
A un segundo plano informativo pasarán el petróleo, el gas, los territorios, las alianzas estratégicas para repartirse la riqueza de la zona en conflicto y el afán codicioso de las sociedades occidentales quedará escondido tras un  montón de escombros, unas cuantas vidas de sus inocentes conciudadanos  y centenares de miles de habitantes de los territorios que supuestamente albergan a los terroristas.
Para la historia quedará la necesidad de la guerra en defensa del estilo de vida democrático y en libertad que los amos del mundo nos han permitido a los afortunados que hemos caído en esta parte del globo terráqueo.

Los ganadores serán los de siempre, los que no se manchan, los que brindan, los que, suceda lo que suceda, diseñaran otro conflicto en cualquier parte del mundo que les apetezca expoliar para continuar sepultando esperanzas en fosas de desvergüenza. Las victimas también serán las de siempre, los que solo sirven para rellenar estadísticas. Mientras tanto arde París.

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